Por: Javier A Miranda.
No es secreto para nadie que en ninguna parte del mundo —ninguna— se ha acabado el crimen por la restricción o eliminación de las armas de fuego, y el último caso es en Japón, en donde todas las armas de fuego están totalmente prohibidas, pero en donde asesinaron a un ex-primer ministro con una escopeta hechiza. Eso sin contar los crímenes ocurridos en Francia, Inglaterra o Australia con armas de fuego, pese a tener, como Japón, total restricción. Pero eso se ha discutido bastante, y con el mismo resultado: no pasa nada.
Por un lado, parece ser que los políticos en general, azuzados por los grandes generales de la policía, aún siguen creyendo que: 1) Los homicidios se cometen con armas legales, 2) Restringir las armas legales, reduce el crimen, y tal vez la más ridícula de sus ideas: 3) Que los bandidos obedecen las leyes de desarme (o las leyes en general).
Alguna vez se han preguntado ¿por qué los drogadictos no atracan a sus vendedores? (Pista: a pesar de que ambos son delincuentes, ambos están armados).
Por otro lado, hay que saber y entender que los grupos antes mencionados tienen ciertos sesgos de izquierda, y por eso su justificación para las fallidas políticas de control de armas. Para justificar lo injustificable, hay que hacer dos cosas que son muy afines a la izquierda: mentir y engañar. Algo que lamentablemente para los generales de la policía no es extraño, y ni hablar de los políticos.
Estadísticamente, las tasas de criminalidad han aumentado, las de homicidio con arma de fuego prácticamente no se han movido y la percepción de inseguridad se ha incrementado. Aunque lo más fácil es salir a decir en la prensa que todo está bajo control (mintiendo y engañando), y la prensa, por la pauta estatal, no refutan ni investigan y simplemente tragan entero.
Es claro, y no queda duda ninguna al respecto, de que todos (al menos los buenos) queremos detener la violencia con armas de fuego; y para lograrlo se requiere que el estado haga algo bastante simple: persigan a los bandidos, a los criminales, a los homicidas y en general, a todas las personas que usan mal las armas de fuego y métanlos en la cárcel. Suena lógico, pero esa simpleza tiene un «pero» muy grande: el dinero, la plata, los fondos.
La izquierda, muy inteligentemente, ha permeado las cortes, ha reducido las penas, ha disminuido los presupuestos y ha minado el accionar de los agentes de la ley. ¿Y todo para qué? Para obtener dinero del estado. Sí, así de simple. Se invierte mucho más dinero en planes de resocialización, de equidad, de dignidad, de Gestores de Paz, en diálogos de paz con narcoterroristas, en las mismas ONG, etc., que lo que se invierte en seguridad y personal uniformado; y no es un secreto que esos Planes y ONG están, en su amplia mayoría, en manos de la izquierda; así que todos esos billetes los controla la izquierda.
De tal manera que cuando alguien de izquierda o del gobierno dice que quiere eliminar la violencia con armas de fuego, no es cierto, muy a su estilo solo miente y engaña, porque eso implicaría de inmediato dejar de recibir esos ingresos pulpitos del estado, de los contribuyentes y de los donadores. Y es que con todos esos planes y ONG solo están celebrando y promoviendo la violencia. Sé que suena duro, pero es la verdad, y solo hay que ver las noticias para darse cuenta de que los violentos y delincuentes entran y salen de las cárceles «como Pedro por su casa» para finalmente seguir delinquiendo.
Esos planes y ONG están diseñados para proteger y cuidar a los violentos y a los criminales, no a las personas cumplidoras de la ley. Y aunque tenemos leyes fuertes, también tenemos penas laxas y jueces blanditos; lo que conlleva a tener todas las oportunidades para delinquir con seguridad; y es que al final es un buen negocio para todos ellos. Con la clase política liderando las banderas del cambio, realmente no hay un futuro para el control de la delincuencia. Y no hace falta ser muy inteligente para saber qué es lo que hace la izquierda, solo hay que ver en su historia, en su pasado y su legado; con eso podemos proyectar el futuro.
Finalmente, queda claro que la restricción para el porte de armas no es para detener a los criminales, es para que las personas cumplidoras de la ley no se puedan defender. Los políticos y sus secuaces nos quieren desarmados, no porque seamos violentos o criminales (ni porque podamos eventualmente llegar a serlo), lo hacen porque de esta manera protegen a los criminales y los violentos, y con ello, a su gran fuente de ingresos (y de paso, sus votos). Todo es cuestión de billetes, no de seguridad ciudadana. Como siempre, el malo de la película únicamente dependerá de quien cuente la historia...
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