lunes, 24 de febrero de 2025

CÓMO ELEGIR UN ARMA PARA PORTE (CINCO RAZONES)

Tiempo de Lectura: 9 min

Elegir el arma adecuada para porte oculto es, sin duda, una de esas decisiones que pueden hacernos sentir como si estuviéramos eligiendo el café perfecto: demasiadas opciones, demasiadas opiniones y, al final, todo el mundo cree que su elección es la correcta. 

Por: Javier A Miranda
Corrección: DeepSeek

Pero no se preocupen, aquí les doy cinco razones clave para que tomen una decisión informada (y quizás eviten comprar algo que solo sirva para decorar un cajón).


1. El tamaño sí importa

Ah, el eterno dilema: ¿queremos algo fácil de esconder o algo que no se sienta como disparar un juguete? La mejor arma para porte oculto encuentra ese punto intermedio: no tan grande como para que parezcamos un personaje de película de acción, pero no tan pequeña como para que sintamos que estamos sosteniendo un pisapapeles.

Por ejemplo, un cañón de alrededor de 4 pulgadas y una altura total de 5-6 pulgadas suele ser el tamaño ideal. Esto nos permite esconderla bajo una camiseta sin que parezca que llevamos un ladrillo en la cintura. Además, el agarre debe ser lo suficientemente grande para que toda la mano quepa, porque, seamos honestos, nadie quiere disparar algo que parece hecho para las manos de una Barbie (o un Ken, según sea el caso).

Las pistolas diminutas son geniales si queremos esconderla en una media/calcetín/calceta (por favor, no lo hagan), pero dispararlas puede sentirse como recibir un palazo en la mano. Por otro lado, las pistolas grandes son más fáciles de disparar, pero esconderlas es como tratar de ocultar un bate de béisbol en la cintura. Así que, como en la vida, el equilibrio lo es todo.


2. Fiabilidad: porque no queremos que falle cuando más la necesitamos

Imaginemos esto: estamos en una situación de vida o muerte, apretamos el gatillo y… *clic*. Nada. Eso es lo que pasa cuando confiamos en un arma que no es fiable. La fiabilidad es, sin duda, la característica más importante de cualquier arma de defensa personal. Las pistolas modernas de polímero son famosas por su fiabilidad, gracias a su diseño simple y robusto. Estas armas están diseñadas para funcionar en cualquier condición, ya sea bajo la lluvia, en el polvo o en el frío polar. Además, deben ser capaces de disparar cualquier tipo de munición, desde balas FMJ hasta los famosos hollow points (que, por cierto, son los que deberíamos usar para defensa personal).

Por su parte, los revólveres son famosos por su robustez y su capacidad para funcionar en prácticamente cualquier condición. Lluvia, polvo, barro, frío extremo… da igual. Mientras una pistola semiautomática podría atascarse después de un poco de tierra, un revólver sigue funcionando como si nada. Esto se debe a su diseño mecánico simple: no hay cargadores que fallen, no hay cartuchos que no se alimenten correctamente. Si apretamos el gatillo, el revólver dispara. Punto.

Si un arma es utilizada por fuerzas policiales, es una buena señal; si es utilizada como arma de servicio por las fuerzas militares, es una señal aún mejor. Significa que ha sido probada en situaciones reales y no solo en el cómodo mundo de los catálogos de armas. Además, las pruebas militares son mucho más exigentes que las policiales. Así que, si nuestra arma no es fiable, más vale usarla como pisapapeles y buscar otra cosa.


3. Capacidad de munición: porque más es mejor

En una situación de defensa, tener más balas es siempre una ventaja. Sí, es cierto que la mayoría de los enfrentamientos se resuelven en unos pocos disparos, pero ¿realmente queremos apostar nuestra vida a eso?

Las mejores armas de porte oculto ofrecen un equilibrio entre tamaño y capacidad. Por ejemplo, muchas pistolas compactas de 9mm tienen una capacidad de 12-15 rondas, lo que es más que suficiente para la mayoría de las situaciones. Comparemos eso con un revólver, que suele tener 5-6 balas, y veremos por qué la capacidad extra es tan importante. Claro, podemos argumentar que nunca necesitaremos tantas balas, pero ¿por qué arriesgarnos? Como dice el refrán: “Más vale que sobre y no que falte”. Y en este caso, “sobrar” podría salvarnos la vida.

Por otro lado, no hay que olvidar que con el revólver (y el tiempo), nos convertimos en tiradores mucho más hábiles que los usuarios de pistola, y eso es algo que no se puede negar ni discutir. La simplicidad mecánica del revólver, su necesidad de precisión en cada disparo y la práctica constante nos obligan a perfeccionar nuestra técnica, nuestra puntería y, claro, nuestra paciencia.

Mientras que una pistola semiautomática puede compensar ciertos errores con su capacidad de fuego rápido y su cargador de mayor capacidad, el revólver no perdona: o acertamos, o nos quedamos sin balas rápidamente. Esta exigencia, con el tiempo, forja tiradores más disciplinados y conscientes de cada disparo, algo que los usuarios de pistolas a menudo no logran desarrollar al mismo nivel. Así que, si buscamos dominar el arte de la precisión y la paciencia, el revólver es nuestro mejor maestro.


4. Rendimiento terminal: porque no queremos que el malo se levante

El rendimiento terminal se refiere a la capacidad de una bala para penetrar y expandirse al impactar, deteniendo efectivamente una amenaza (lo que algunos, sin entender bien el concepto, llaman “poder de parada”). Aquí es donde la ciencia balística entra en juego, y no, no es tan aburrido como suena. 

El protocolo de pruebas de munición del FBI, desarrollado después del tiroteo de Miami en 1986, es el estándar de oro para evaluar el rendimiento de las balas. Básicamente, se asegura de que una bala pueda penetrar lo suficiente (12-18 pulgadas en gel balístico) y expandirse incluso después de pasar por obstáculos como ropa, vidrio o madera. Hoy en día, muchas balas hollow point de 9mm cumplen con estos estándares, lo que hace que el calibre 9mm sea una excelente opción para defensa personal. 

Así que, si alguien nos dice que el 9mm es “débil”, podemos sonreír con superioridad y explicarle por qué está equivocado. Incluso podemos hacerle esta pregunta: ¿Qué es más incapacitante: un .22 LR en el ojo o un .45 ACP en el pie?


5. Facilidad de disparo: porque no todos somos John Wick

La facilidad de disparo es una combinación de varios factores: el ángulo del agarre, la presión del gatillo, el peso y el manejo del retroceso. Básicamente, es lo que hace que un arma sea fácil de usar incluso para aquellos que no pasan horas en el campo de tiro cada semana.

Un buen gatillo debe ser suave, con un reset corto, para que podamos disparar rápidamente y con control. Además, un arma con un eje de cañón bajo (la altura del cañón en relación con nuestra mano) reduce el retroceso y hace que sea más fácil mantener el control.

El ángulo del agarre también es importante. Algunos prefieren un ángulo más vertical, que se siente más natural, mientras que otros prefieren un ángulo más pronunciado para controlar mejor el retroceso. La mejor arma de porte oculto será aquella que se sienta como una extensión de nuestra mano, no como un artefacto incómodo que apenas podamos sostener.


Y los revólveres: la vieja confiable que nunca pasa de moda

Ah, los revólveres. Esas armas que parecen sacadas de una película del Lejano Oeste pero que, sorprendentemente, siguen siendo relevantes en el mundo moderno. A diferencia de las pistolas de polímero, los revólveres no necesitan presumir de diseños futuristas o capacidades de munición estratosféricas. Su fiabilidad es legendaria, y hay una razón por la que siguen siendo la opción preferida de muchos, especialmente para aquellos que prefieren la simplicidad sobre la sofisticación.

Además, los revólveres son increíblemente versátiles en cuanto a munición. Pueden disparar desde balas FMJ hasta los famosos hollow points (que, por cierto, son los que deberíamos usar para defensa personal, en caso de que aún no lo hayamos captado). Y no solo eso, algunos revólveres incluso permiten cambiar entre calibres con solo intercambiar el cilindro. Así que, si buscamos algo que funcione siempre, sin importar las circunstancias, un revólver podría ser nuestra mejor opción. Aunque, claro, tendremos que practicar la recarga rápida si no queremos quedarnos mirando al vacío después de esos seis disparos.


¿Y la conclusión?

Elegir la mejor arma de porte oculto no es una tarea fácil, pero con estas cinco razones, al menos tendremos una idea de por dónde empezar. Recordemos, la mejor arma para el porte es aquella que podemos llevar cómodamente todos los días, disparar con precisión bajo presión y, sobre todo, confiar en que funcionará cuando más la necesitemos.

Así que (si tenemos la oportunidad), tomémonos nuestro tiempo, probemos diferentes modelos, busquemos entrenamiento profesional (conmigo, por supuesto) y practiquemos regularmente en la medida de lo posible. Porque, al final del día, un arma de porte no es solo un accesorio: es nuestra última línea de defensa. Y si de entrada no elegimos bien, bueno... al menos habrá sido una experiencia de aprendizaje. Y espero que no sea la última...


domingo, 9 de febrero de 2025

"Los del tránsito": Más estorbo que solución

Tiempo de Lectura: 6 minutos

Si hay algo que define la «eficiencia» (entran risas grabadas) de nuestras autoridades de tránsito, son los famosos retenes. Esos operativos en los que dos o tres agentes se paran en medio de la vía, detienen a conductores al azar y piden documentos como si la vida misma dependiera de ello; y después, sabiendo que lo que hacen es ilegal, se van por donde mismo vinieron.

Por: Javier A Miranda
Corrección: [Abg. Javi Lex IA]

¿El objetivo? Vaya uno a saber. Lo que sí está claro es que no tiene nada que ver con organizar el tráfico, prevenir accidentes o garantizar la seguridad vial. En teoría, los policías, los agentes y los guardas de tránsito (en adelante, «los del tránsito») fueron creados para mantener el orden en las calles y ese debería ser su trabajo. Deberían estar pendientes de las esquinas peligrosas, las intersecciones caóticas, los conductores imprudentes, los cruces peatonales o las entradas y salidas de los colegios.

Es curioso cómo los del tránsito parecen tener una misión secreta en nuestras vías: aparecer de la nada, detener vehículos al azar y desaparecer justo cuando se les necesita. No están para organizar el tráfico, evitar accidentes o hacer que la movilidad fluya. No, su verdadero talento radica en pararse en una esquina con pinta de importancia, pedir los papeles y, con algo de suerte (para ellos), encontrar alguna excusa para retener el vehículo o al conductor, para 10 minutos después dejarlo ir sin que nada más hubiera pasado, con el sigilo de Nequi. Todo, por supuesto, en nombre de la seguridad vial.

Porque claro, ¿qué mejor manera de mejorar la movilidad que parando vehículos sin razón aparente en plena vía principal? ¿Qué mejor forma de reducir accidentes que ignorar semáforos dañados o intersecciones caóticas? ¿Y qué decir de esos trancones monumentales? No hay problema, ellos ya cumplieron su jornada de "control" y se han esfumado a desayunar o almorzar justo cuando más se necesitan. En la práctica, su labor parece reducirse a montar retenes entre tres en los momentos más inoportunos, en las horas pico y poder crear cuello de botella artificial en la movilidad.

Lo más llamativo es la falta de coherencia en su actuar. Mientras un ciudadano común es detenido sin justificación, los infractores reales (que se ven a simple vista) siguen su camino con total impunidad. Vehículos sin luces, motos zigzagueando entre los carros, conductores con evidente estado de embriaguez, latas viejas que son una completa chimenea… nada de eso parece importar. Lo fundamental es que la cuota de detenciones aleatorias se cumpla, porque al parecer, la estadística es más relevante que la efectividad: tener una cuota de detenciones ilegales al día (1).


¿Cuál es el verdadero objetivo de los del tránsito?

Es inevitable preguntarse: ¿cuál es el verdadero objetivo de los del tránsito? Si realmente se tratara de seguridad, estaríamos viendo operativos bien planificados, con criterios claros y ejecutados en puntos estratégicos y sobre todo seguridad vehicular. Pero no, lo que tenemos es un grupo de agentes apostados en cualquier esquina, con una intención totalmente desconocida, aunque esta no tenga ningún impacto real en la movilidad o en la prevención de accidentes... como si fueran guiados por  el todopoderoso Nequi.

Muchos dirán que estas son, precisamente, sus funciones: garantizar que los ciudadanos tengan los documentos en regla. Y sí, es cierto que cada conductor debe cumplir con sus obligaciones, pero para verificar eso no pueden implementar retenes ilegales a la espera de ver qué "pescan milagrosamente" en una operación de suerte. La verdadera función de los del tránsito debería ser patrullar, asegurarse de que todo esté en orden y solo intervenir cuando haya una infracción evidente. No se trata de atrapar conductores al azar con la esperanza de encontrar algo fuera de regla (vaya uno a saber con qué propósito), sino de actuar cuando realmente sea necesario.

Lo más irónico es que cuando realmente se necesita presencia de los del tránsito, esta brilla por su ausencia. Un accidente en plena vía y ni una patrulla para gestionar el tráfico. Un cruce caótico y ningún agente para dirigir la movilidad. Una intersección en plena hora pico convertida en un embotellamiento interminable… pero, por arte de magia, los del tránsito desaparecen justo cuando más se les necesita. Esos retenes, en su mayoría ilegales, no aportan nada a la seguridad ni al orden. Son una puesta en escena donde los únicos perjudicados son los ciudadanos, detenidos en medio de un show sin libreto y con el mismo desenlace de siempre: perder tiempo y paciencia mientras los verdaderos problemas del tránsito quedan sin atender.


¿Y la movilidad?

Por todos lados vemos como muchos ciudadanos se quejan de la existencia de retenes ilegales, instalados por personas no autorizadas, que buscan extorsionar o robar a los conductores, estos retetes ilegales violan el derecho a la libre movilidad, como lo consigna la Constitución Política y pueden poner en riesgo la integridad de las personas.

Mientras tanto, los problemas estructurales de la movilidad siguen acumulándose. Las calles llenas de huecos, la falta de sincronización en los semáforos, el transporte público deficiente y la nula planificación vial siguen siendo las verdaderas causas del caos. Pero, claro, es más fácil detener un vehículo al azar que enfrentarse a esos desafíos. La sensación de arbitrariedad es lo que más molesta. Nadie sabe exactamente por qué lo detienen, cuál es el criterio de selección o si al siguiente kilómetro habrá otro retén con la misma falta de sentido. En lugar de generar confianza, estas prácticas solo refuerzan la desconfianza en las autoridades y la sensación de que todo es un simple trámite burocrático sin mayor trascendencia.

Si realmente quieren hacer cumplir las normas de tránsito, hay muchas maneras efectivas de hacerlo. Si ven una moto rodando por un andén, deténganla. Si hay un vehículo en contravía, deténganlo. Si un vehículo va humeando como una chimenea, deténganlo. Si un conductor está pasándose semáforos en rojo o invadiendo el carril de las bicicletas, intervengan de inmediato. Eso es control, eso es seguridad vial. Pero detener vehículos bajo la simple presunción de culpabilidad de los conductores no solo es abusivo e ilegal, sino que demuestra una falta absoluta de criterio y profesionalismo.


¿Y finalmente qué?

Lo cierto es que, si los del tránsito estuvieran realmente interesados en mejorar la movilidad, veríamos acciones concretas y no solo retenes improvisados. Veríamos planes integrales de movilidad, un monitoreo constante del tráfico y una gestión eficiente de los puntos críticos. Pero eso requeriría esfuerzo, estrategia y una verdadera voluntad de servicio. Y, por lo visto, eso no es parte del libreto.

Al final del día, los retenes de tránsito son como una mala película: todos sabemos que es puro teatro, pero no podemos hacer más que mirar y esperar a que termine porque «ya pagamos la entrada». Mientras tanto, el tráfico sigue colapsando, los accidentes siguen ocurriendo y los del tránsito siguen desapareciendo cuando más se les necesita. 

Hasta que no haya un verdadero cambio en la forma en que se gestiona el control vial, estos operativos seguirán siendo lo que son: una simulación mal ensayada, donde los ciudadanos son los únicos que pagan el precio del desorden y la ineficacia aceptando como flagrantemente se violan sus derechos fundamentales...


Conclusión de Javi Lex: Exijan seguridad vial real, no teatro en las carreteras. Únanse a la demanda de un cambio urgente en la gestión del tránsito en el país. Exijan a sus dirigentes y representantes una reforma integral al sistema de tránsito, apoyen iniciativas ciudadanas que promuevan la seguridad vial y la movilidad sostenible, y hagan que su voz se escuche contra los retenes ilegales y la ineficiencia vial.

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(1) Según el Ministerio de Transporte, la normativa vigente que regula los requisitos y formalidades para la realización de operativos en las vías se encuentra en la Constitución Política de Colombia, el parágrafo 2 del artículo 4 y el artículo 7, parágrafo 2 de la Ley 769 de 2002, la Resolución 9960 del 13 de noviembre de 2002 y el Reglamento de Vigilancia Urbana y Suburbana de la Policía Nacional.

El Ministerio señala que, para la instalación de un puesto de control de velocidad, este debe ubicarse en un lugar visible y contar, como mínimo, con un vehículo de la especialidad, chalecos reflectivos para cada policía en el puesto y un radar de velocidad. Además, debe existir una orden de servicio, anotaciones y registros en los libros de minuta de servicio y de población.

Asimismo, la Resolución 20203040011245 de 2020 recalca la necesidad de seguir una serie de criterios orientados a garantizar la seguridad vial al momento de instalar estos dispositivos de control y lectura, que, en teoría, deberían ser los utilizados en retenes legales.

Finalmente, el Manual de Señalización Vial del Ministerio de Transporte regula el uso obligatorio de elementos de señalización, como señales y conos, que deben ser visibles para los conductores que se aproximen a un retén instalado por las autoridades de tránsito.


miércoles, 5 de febrero de 2025

Vandalismo no es arte (aunque los cuchos lo llamen "expresión")

Tiempo de Lectura: 4 min

En Colombia, parece que estamos viviendo una especie de "boom" del graffiti no autorizado. Cada día, más muros públicos y privados amanecen convertidos en lienzos improvisados para mensajes, firmas o "obras de expresión" que, según sus autores, merecen ser admiradas por toda la ciudadanía. Desde los "murales de las cuchas" hasta las firmas ilegibles de los que se creen el próximo Dalí, el paisaje urbano se ha llenado de colores, pero también de problemas.

Por: Javier A Miranda
Corrección: DeepSeek

Pero, ¿realmente estamos hablando de arte? Spoiler alert: no. Cuando no hay autorización, esto no es arte, es vandalismo. Y la ley colombiana lo deja más claro que un muro recién pintado de blanco, aunque “los cuchos” no lo tengan claro.

La ley es clara: Pintar sin autorización es vandalismo (aunque te creas el próximo Miguel Ángel)

Para aquellos que todavía no lo tienen claro (y parece que son varios), el Código Nacional de Policía y Convivencia (Ley 1801 de 2016) no deja lugar a dudas: pintar grafitis o letreros en muros sin el consentimiento del propietario es un acto vandálico. No importa si tu "obra maestra" es un mural que rivaliza con la Capilla Sixtina, un simple garabato que ni tú mismo entiendes, o si tratas de convencernos de tus mentiras de a puño: si no tienes permiso, estás violando la ley. Punto.

Y por si alguien piensa que esto es una exageración, el Código Penal Colombiano entra en escena con su Artículo 265, que tipifica el delito de daño en bien ajeno. ¿Qué significa esto? Que si destruyes, deterioras o inutilizas un bien mueble o inmueble de otra persona (sí, eso incluye pintar un muro sin permiso), o del Estado, te enfrentas a una pena de uno a cinco años de prisión, además de una multa económica. ¿Sigues pensando que tu “expresión” vale la pena?

Pero, ¿qué implica realmente este daño? No es solo una cuestión estética. Pintar un muro sin permiso genera costos económicos para el propietario o para el estado, quien debe asumir los gastos de limpieza o restauración. Además, afecta la convivencia ciudadana y el respeto por el espacio público y privado y por supuesto, la polarización política. En otras palabras, no es solo "pintar una pared" con cosas de cuchos y cuchas, es violar los derechos de los demás y generar un impacto negativo en la comunidad.

La propiedad privada: Un derecho fundamental (aunque algunos lo vean como una sugerencia)

Aquí hay otro concepto que parece perderse en el debate: la propiedad privada. Sí, ese derecho fundamental que la Constitución Política de Colombia reconoce en su Artículo 58. Este artículo no solo establece que la propiedad tiene una función social y ecológica, sino que también deja claro que es un derecho pleno, exclusivo, perpetuo e irrevocable.

En otras palabras: el muro no es tuyo. No importa si crees que tu mensaje es importante o que tu “expresión” merece ser visto por todos. Si no es tu propiedad, no tienes derecho a intervenirla. Y no, no es una cuestión de opinión, es la ley.

Pero, ¿qué pasa con aquellos que insisten en que el espacio público es de todos? Bueno, el espacio público también está regulado. Pintar en un muro público sin autorización no es una expresión de libertad, es un acto de vandalismo. Y sí, eso también aplica para los grafitis "con mensaje social". Las buenas intenciones no justifican violar la ley.

A los presuntos periodistas que romantizan el delito: No, no es "arte" ni "expresión", es vandalismo

Y mientras algunos medios y presuntos periodistas se esfuerzan por romantizar estas acciones, llamándolas “arte” o “expresión”, es importante recordarles que no todo lo que se pinta en un muro es digno de admiración. ¿De verdad creen que justificar el daño en bien ajeno con discursos pseudo-intelectuales los hace más “progresistas”? Pues nop.

Lo único que logran es normalizar el vandalismo y menospreciar el verdadero arte, que no necesita violar los derechos de otros para existir. Así que, antes de escribir su próximo artículo glorificando a los "artistas urbanos", tal vez deberían revisar el Código Penal o la Constitución. Porque, al final del día, no importa cuántas palabras bonitas usen: el vandalismo no es arte, es delito.

Y para aquellos que, en un alarde de presunta ironía malentendida, intentan equiparar la restauración (borrar) de un muro vandalizado con un acto de "vandalismo inverso" ni de “daño” a su expresión, permítanme aclarar algo: corregir el daño no es lo mismo que causarlo. Restaurar un muro pintado sin autorización no es un acto de represión ni de censura, es devolverle a la propiedad su estado original y respetar los derechos del propietario. No se trata de borrar “expresión” alguna, sino de reparar un daño que nunca debió existir. Así que, no, pintar de nuevo un muro lleno de “expresiones” no autorizadas no es vandalizar, es hacer reparación. 

La expresión no justifica el vandalismo (y no, no eres una víctima del sistema)

A estas alturas, debería estar claro: no todo lo que se pinta en un muro es expresión. Cuando no hay autorización, es vandalismo. Y no, no importa si te consideras un artista, un activista o simplemente alguien con mucho tiempo libre. La ley no hace excepciones basadas en tu autopercepción.

En Colombia, la Ley 1801 de 2016 y el Código Penal están ahí para proteger a los ciudadanos de este tipo de acciones. Y aunque algunos insistan en que estas normas son represivas, la realidad es que son necesarias para garantizar el respeto por la propiedad privada y el espacio público.

Así que, la próxima vez que te den ganas de agarrar un tarro de pintura y "dejar tu marca" en un muro ajeno, piénsalo dos veces. Porque, al final del día, el verdadero arte y las expresiones no necesitas violar los derechos de otros para existir. Y si no estás de acuerdo, siempre puedes usar el muro de la sala de tu casa.