Tiempo de Lectura: 5 minutos
Por: Javier A Miranda
Corrección: ChatGTP
Si aceptamos que el derecho no puede exigirnos quedarnos de brazos cruzados ante una agresión injusta, entonces nuestra reacción defensiva no solo se justifica, sino que se convierte en un legítimo ejercicio de dignidad y protección personal. La ley colombiana respalda esta idea: no comete delito quien actúa para defenderse a sí mismo o a sus derechos, siempre que lo haga para repeler una agresión ilegítima.
Si aceptamos que el derecho no puede exigirnos quedarnos de brazos cruzados ante una agresión injusta, entonces nuestra reacción defensiva no solo se justifica, sino que se convierte en un legítimo ejercicio de dignidad y protección personal. La ley colombiana respalda esta idea: no comete delito quien actúa para defenderse a sí mismo o a sus derechos, siempre que lo haga para repeler una agresión ilegítima.
Y esto es muy importante: la ley no exige que esa agresión sea necesariamente un delito. Puede provenir de una persona que no sea penalmente responsable —como un menor de edad o alguien con una alteración mental— y, aun así, si su conducta afecta injustamente nuestros derechos, tenemos derecho a defendernos. La agresión ilegítima puede presentarse de muchas formas: cuando alguien entra sin permiso a nuestra casa, nos amenaza, nos sigue, nos empuja, nos grita, nos acosa o incluso nos genera un miedo razonable.
En todos estos casos, si esa perturbación es injustificada, podemos actuar para detenerla, siempre utilizando un medio racional. Además, la ley protege no solo nuestra integridad física, sino también nuestros derechos en sentido amplio. Así lo ha reconocido, por ejemplo, la Corte Suprema de Estados Unidos en el caso Carpenter, al afirmar que tenemos derecho a que nos dejen en paz. Por eso, si alguien interrumpe nuestra tranquilidad sin justificación, tenemos derecho a responder.
Desde esta perspectiva, surge una primera conclusión: la legítima defensa comienza desde el momento mismo en que se rompe nuestra tranquilidad. Y cuando actuamos para defendernos, eso no puede confundirse con provocación. Si no incitamos el conflicto ni buscamos el enfrentamiento, nuestra defensa no puede ser vista como una conducta provocadora. No estamos buscando pelea: estamos reaccionando a quien sí la inició.
Desde esta perspectiva, surge una primera conclusión: la legítima defensa comienza desde el momento mismo en que se rompe nuestra tranquilidad. Y cuando actuamos para defendernos, eso no puede confundirse con provocación. Si no incitamos el conflicto ni buscamos el enfrentamiento, nuestra defensa no puede ser vista como una conducta provocadora. No estamos buscando pelea: estamos reaccionando a quien sí la inició.
Ahora bien, hay un tercer elemento clave que a veces genera confusión: la racionalidad del medio empleado para impedir o repeler la agresión. Muchas veces se piensa que debemos responder con la misma fuerza con la que nos atacan, como si fuera una especie de "ojo por ojo". Pero no es así. La proporcionalidad no es lo mismo que racionalidad. La proporcionalidad habla de equilibrio entre el daño causado y el evitado. La racionalidad, en cambio, se enfoca en que el medio que usamos sea razonable para protegernos, desde nuestra perspectiva y dadas las circunstancias concretas.
Como ha señalado la doctrina penal, no se exige que nuestra reacción sea equilibrada con la agresión, sino que tenga sentido desde nuestra óptica en el momento del peligro. Por ejemplo, si alguien se lanza sobre nosotros con un cuchillo, no tenemos que esperar a ser heridos ni buscar un cuchillo igual. Si contamos con un arma legal, o incluso con un objeto a la mano —un palo, una silla, una herramienta— y lo usamos para evitar el daño, esa reacción puede ser legítima, si se trata del medio que razonablemente teníamos a nuestro alcance para protegernos.
La clave es que nuestra reacción sea necesaria y razonable: que no existiera una alternativa menos gravosa que fuera igual de eficaz para protegernos.
Volviendo al principio: nadie está obligado a tolerar lo injusto. Si alguien nos agrede, invade nuestro espacio o amenaza nuestra vida o integridad, tenemos derecho a defendernos. Incluso si luego se establece —mediante pruebas periciales, por ejemplo— que el disparo no fue accidental sino voluntario, eso no excluye automáticamente la legítima defensa.
El derecho no nos exige ser víctimas pasivas. Nos protege, sí, pero también nos permite protegernos. Siempre que actuemos dentro de lo razonable, de forma sensata y sin provocar, estamos actuando dentro de la ley.
Volviendo al principio: nadie está obligado a tolerar lo injusto. Si alguien nos agrede, invade nuestro espacio o amenaza nuestra vida o integridad, tenemos derecho a defendernos. Incluso si luego se establece —mediante pruebas periciales, por ejemplo— que el disparo no fue accidental sino voluntario, eso no excluye automáticamente la legítima defensa.
El derecho no nos exige ser víctimas pasivas. Nos protege, sí, pero también nos permite protegernos. Siempre que actuemos dentro de lo razonable, de forma sensata y sin provocar, estamos actuando dentro de la ley.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Todos los comentarios respetuosos, son bienvenidos!